EL INCENDIARIO de Egon Hostovsky

“De cómo los miedos y lo extraño soliviantan la paz social y familiar»

La vida en un pueblo perdido en las montañas de Bohemia transcurre plácida bajo un manto de aparente normalidad. Pero los ataques de un pirómano desconocido sorprenden a sus habitantes y hacen que la vida se enrarezca hasta límites nunca imaginados. A partir de ese conflicto, simple pero con muchas aristas el autor construye una trama espesa y sofocante que lleva el refrán «pueblo chico, infierno grande» hasta su máxima expresión y retuerce unos personajes inolvidables: un rústico posadero, su esposa oriunda de un pueblo diferente, una hija ya harta de las limitaciones del entorno y un hijo adolescente en su verano de iniciación a los sinsabores de la vida adulta: el verdadero protagonista. Simón, el tabernero de La paloma de plata, su esposa y sus hijos, Eliska y Kamil, es el núcleo principal de personajes, en esa taberna por la que pasa casi todo el pueblo, beben y hablan, comentan y ven transcurrir su vida. Kamil tiene un compañero de estudios, Rudolf, al que admira.

Una sucesión de incendios inquieta durante un par de meses al pueblo fronterizo con la Prusia invasora y hace despertar sus pasiones más escondidas, viejas o nuevas. A pesar de que el responsable nunca aparecerá se culpa de entrada a  un prusiano venido del otro lado de la frontera. Un día algo arde, luego algo más. Aparecen amenazas de que aquello no acabará, que tal vez no acabará nunca. Se buscan culpables, perfiles que encajen, las más de las veces por comodidad: el forastero, el extranjero, el que está de paso o los propios lugareños, en especial los asiduos de la cerveza y la partida de cartas en la fonda: Braha el marchante de caballos, el barbero P^rusa y el calcetero o Sêmek.

Pero no solo arden las casas, también la familia de Joseph Simon el silencioso e inalterable que no quiere problemas. La madre Sara con una personalidad problemática derivada de su separación del medio familiar del que procede, con sus cierres y ausencias, que hace difícil la relación con sus hijos, junto con la llegada de la joven y explosiva Dora, una amiga de la hija Elìska –un elemento tan perturbador como el incendiario–, que atraviesa la existencia de Kamil, el hijo, y, en realidad, de todos, y acaba por convertirse en la verdadera protagonista de la obra. Aquella que lejos de hacer arder las propiedades de los otros, lejos de conmocionar al pueblo, lejos de inspirarles temores, trae el fuego a la familia del posadero y la acaba resquebrajando del todo. Es entonces cuando, como si hasta ahora hubiera sido invisible, empiezan a reparar en la madre, en sus manías, en la razón de sus secretos. La aparente tranquilidad desaparece a medidas que los hijos van entrando en las adolescencia, las rebeldías de los hermanos y la aparición de Dora, amiga de Eliska, rechazada por los padres, genera un amor enfermizo en Kamil, hace estallar la crisis familiar. 

Y así, en ese ambiente deformado por el miedo y por el extraño se va construyendo esa atmósfera de miedo. Un miedo que tal vez es uno solo y común a todos: el miedo a perder. El miedo a perder la casa bajo el fuego, el miedo al visitante, el miedo a perder la infancia, a perder los recuerdos que nos atan a un pasado que no queremos ni podemos abandonar, el miedo a crecer, el miedo a la libertad de los otros, el miedo a hablar. El miedo, después de todo, a vivir.

Como consecuencia hay un doble hilo argumental en la novela. Por un lado está el desconocido incendiario y los anónimos que actúan sobre el sentimiento popular alterando la “paz social” y, por otro la Dora perturbadora que irrumpe en la familia desenmascarando la “paz familiar”.

Menos mal que no todo es negativo y partiendo de la rehabilitación del  personaje materno se inicia la reconstrucción familiar y su reconciliación, dejando “recolocados” a todos su miembros en las funciones más deseadas, lo cual podría parecer utópico o fantasioso a algunos lectores. También la paz social parece volver a la situación previa, a pesar de no encontrar al “incendiario”, aunque dejando algunos damnificados y recolocando su situación a otros. Es posible que la autoinculpación sobre los hechos que nos ofrece el autor, en una especie de “juego policial” que hacen los propios vecinos, sea también una forma de rehabilitarse ante sus malos instintos.

La novela fue escrita en 1935 y seguiríamos haciendo lo mismo?. Pero es injusto dudarlo: seguimos haciendo lo mismo. Luego pasan los años y una historia que se engarza en los instintos más primitivos (más tarde usados una y otra vez para provecho propio), sigue siendo contemporánea en lo más profundo de su sentido. Se habla del miedo a lo desconocido, pero no es cierto: tememos aquello que intuimos. En esa pequeña población de montaña, los anónimos son los que encienden el fuego de los miedos primitivos, el fuego en el que arden todos. Los incendios solo son una materialización póstuma, un descanso para aquellos que no han visto arder lo propio. Las desgracias ajenas conmueven, pero son eso, distantes. Siempre la relación entre el yo y el otro. Entre la comunidad y lo ajeno a ella.

León, Enero de 2023

Vicente Morán y el Club de Lectura “caminodelibros.com”

Libro El Incendiario, Egon Hostovsky, ISBN 9788416461479. Comprar en  Buscalibre

 EL INCENDIARIO  de Egon Hostovsky

Xordica Edit. 2022

Agradecimientos

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